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A(h!)parecer

Sólo en la medida en que es
lo que puede ser, el parecer resulta,
apenas, soportable.

 

No sé por qué cuando inundas mis ojos, mientras escudriñas tu rostro en el espejo y el reflejo de tu mirada eriza mi piel, pienso en la imperfección. Esculpida en el tiempo, detenida en el espectro: un parpadeo; incertidumbre en tus labios; titubeo en los dedos que no saben dónde reposar, una colmena desorientada y amarga; esa mejilla vacilante que espera, tus ojos invitando a mirarlos mientras se cierran. Allí estás, aparentas esperar sin espera, suficiente… Pero no dejas el bamboleo, ese vaivén, ese juego. Qué harías tú, sin mis ojos: mientras, siempre mientras… mientas tu falta y te condenas a la sombra del reflejo.

Calculas en el espejo, incapaz de cerrar los ojos y sentir sentir: te lees en el reflejo.

Y yo, mirando, deseando fracturar el ímpetu y la persistencia de tu cálculo, con las ansias de trizar el cristal e interponerme entre tú y la seducción de tu fantasmagoría.

 

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Escritor. Sirocco es una agitación, un temblor, viene del desierto y de la mar. Susurra su camino al oído de la arena, allí deja su huella y presagia vida, pues en su camino respira el agua y le regala oleaje. Sirocco es movimiento, grito del silencio, fértil aridez que acoge las voces de todo, animado con su aliento. Así la tinta, como Sirocco en la arena, deja rastro. Sirocco un viento marino que escribe en el papel de las aguas, revela los trazos de la vitalidad, esa sorpresa del ojo ante el resplandor del rayo que penetra la espesura de la tormenta de arena; recuerda que hay que respirar, detenerse, ver y sentir, para seguir… Con la tinta, el barco ancla, se detiene en la mar, y llega a la luz el fondo; a veces, el surco sacude como un temblor y con la fuerza de un naufragio lleva a profundidades oscuras, donde habitan desconocidos seres marinos, terribles e inmemoriales. Sirocco es un nombre para la escritura de agua y arena, un nombre para ese rumor de trazos, en el sendero de la ventisca; Ella es un modo de conciencia, un caudal de sensación que se hace imagen. Por Él, ese viento del desierto, la arena se humedece de sal y la tierra transfigura semillas: magia alquímica, de metamorfosis y transmutaciones.
Ilustradora. Experta en llegar a casa sin dobladillo, hacerla de pepenador y mantener todo en absoluto desorden. “La Muñeca” (mote familiar que ganó al nacer por su tamaño convenientemente particular), se inclina por las artes gracias a los monos de perfil con grandes narices de su padre y a la famosa “libreta roja” de recortes y canciones su madre. Su incapacidad de recrear lo real nace a partir del “Alacrán, cran, cran” cuando, en lugar de una imagen, su madre pega uno real… Hace ilustraciones para revistas, libros para niños y de vez en cuando una que otra escultura con chicle o tela.
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