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Desnivel

Justo después del puente de la autopista que pasa sobre la Guadalupe quitaron una losa de cemento y no han puesto advertencia alguna para los carros. Es un desnivel de unos 20 centímetros entre el cemento y la tierra destapada. Llevo tres noches viniendo con mi mejor amigo a la panadería que está enfrente.

Los primeros coches ven tarde el desnivel, frenan con fuerza y sorprenden un poco a los que vienen detrás. Pero estos coches son los que tienen suerte, porque después de unas cuantas ruedas que tocan la tierra el polvero se levanta.

Los carros que les siguen se sumergen en esa nube café que les impide ver el desnivel y vuelan por una fracción de segundo. Asustados frenan abruptamente al tocar el suelo, los que vienen detrás frenan igual al ver las luces difuminadas acercarse rápido a través del polvo. Entonces unos patinan, otros esquivan, otros terminan con dos ruedas en la banqueta evitando por pocos metros caer al caño que divide los carriles. Sabiamente, ninguno frena por completo.

Nosotros comemos pandebonos y tomamos cocacola. Luego pedimos algún buñuelo o una papa rellena, o una cerveza y unos cigarros. Nos sentamos los dos al mismo lado de la mesa, mirando hacia el espectáculo de tronidos, frenazos, luces y polvo. Saltamos más que durante un videojuego de guerra. Soltamos más exclamaciones que las que haremos el resto del año. Observamos atónitos la audacia de cientos de conductores mientras esperamos el primer accidente: un choque, una volcada o una visita al caño.

Y no pasa.

Nos quedamos 1 o 2 horas cada noche, esperando con morbo la desgracia ajena, sacudiéndonos la adrenalina. Después nos vamos a casa.

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Ilustrador. Especulador Gráfico.
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