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La máquina del sí

Tanto habían girado ya los engranajes que habían extraviado en su memoria mecánica la posibilidad de operar en otro sentido. Se deslizaban, bien engrasados con los repetidos y constantes «sí» de cada integrante social.

«Sí voy». Propiciaba un giro. «De acuerdo». La máquina asentía. «Te apoyo. Aprobemos la propuesta de ley», se escuchaba en los pasillos. Y el mundo seguía girando gracias a la desinteresada cooperación de la voluntad humana.

Tuercas, poleas y palancas danzaban acompasadamente al ritmo de la irreflexividad. Poco importaba si debajo de cada «sí» latía una duda o si el eco asincopado de las afirmaciones era la negación de una negación. Esos eran los días de operatividad máxima, de continua producción celebrada, del desfile de hermosas esferas cristalinas esculpidas en distintos colores, listas —con todo su resplandor— para decorar otro árbol de Navidad. La fiesta del sí.

Por eso en cuanto fue escuchado un «permíteme pensarlo», los engranes recularon horrorizados. La vacilación entorpeció el giro del más sensible de ellos y un resorte ya no quiso estirar. Se aceitó la máquina un poco más con efusivas afirmaciones de voluntad por parte de humanos bien intencionados. Sucedieron posadas, se invirtieron cantidades inusitadas en regalos, multitudes de santacloses marcharon hacia las casas envueltos en cajas con unicel. Quizás tal nivel de lubricación no era necesario. Dientes sobre dientes engranados derraparon y la producción de la semana salió más frágil de lo normal.

Esta leve inestabilidad industrial fue nada comparada con lo que vendría. Exhaustos de cada sí pronunciado, el garapiñe, los cánticos y saludos a granel, una tarde en la cúspide del ciclo productivo se escuchó resonar el vocablo alucinado: «No». Tornillos y birlos rechinaron. La máquina pareció ahorrarse un latido en la siguiente vuelta de la cinta de producción. «Que no, te he dicho. Estoy harto».

El sistema de alarmas urgió al resto de la humanidad a decir un «sí» continuo. Sirvieron segundos platos de romeritos y pavo, invirtieron en ofertas, brindaron hasta el amanecer. Nunca hubo tal avalancha de afirmaciones como ante la posibilidad de una pausa en la producción de destellos.

Tanto asentir mareó los sistemas de control. Los giros se volvieron descontrolados. Engrasada hasta el derrape la máquina produjo centenares de esferas en simultáneo. Todas se estrellaron contra el piso.

El recuerdo de esa vacilación tapiza la fábrica. Metros cuadrados interminables de «sís» vueltos arena resplandeciente y multicolor. No se sabe qué pasará el próximo año.

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Teatrera de corazón. Adicta a la empatía. Escribo y leo porque una vida no me basta.
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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