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La reina muda

La reina muda, prisionera de su agonía, lenguas y gargantas coleccionaba para ver si de este modo el silencio podía romper.

Su aullido ahogado resonaba entre las paredes al atravesar la noche fría y moribunda buscando nuevos cuellos que cortar. Nadie osaba dejar escapar un minúsculo ruido, ni las ramas de los árboles se atrevían a crujir.

A su paso, calmo y ensombrecido, la vida se tornaba pálida e inerte.

200 cráneos, 60 pares de pulmones, un millón de cuerdas vocales y 700 lenguas apiladas en un armario iluminado con sangre. De todas sus hermosas piezas de colección ninguna había logrado siquiera emitir un sonido. Decían que era porque también estaba sorda y que su alma era tan gris que nunca, ni un murmullo, se hubiera atrevido a habitarla.

Callada y agotada engulló uno a uno los cuerpos mutilados. Si no podía hablar, al menos podía sentir que algo dentro de ella gritaba de sufrimiento. Al abrir la boca para masticar, los lamentos de cada una de sus víctimas atravesaron sus fauces. La reina muda clamaba sollozos de amargura, socorro y dolor. Todo se inundó de cólera y desde esa noche nadie más volvió a hablar.

Poseída por los sonidos de la muerte, caminaba entre la gente por primera vez orgullosa de su canto. Todos la miraban, le temían y la envidiaban, pues ahora ella era la dueña de todas las palabras. Nunca más nadie pudo volver a gemir ni siquiera para rogar piedad.

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
Ilustrador.
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