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Muerte por algodón de azúcar

Ya se había acabado enero, los días estaban tachados y los botes de las medicinas vacíos. El doctor dijo que no le daba más de un mes de vida.

Pero el 31 llegó y tras él, febrero. No es que hubiera habido algún error en el diagnóstico; más bien, aquel señor, el de las verrugas, estaba manifestando una especie de recomposición; seguía con las dificultades para respirar y con los dolores en el pecho, todo a causa de la hipertensión.

El tipo comía como un cerdo, tenía hambre la mayor parte del día, pero a pesar del dolor los sudores fríos habían parado, lo mismo el vómito con sangre. Ahora lo suyo eran las constelaciones.

Decía que todo fue causa de su vecina, que era bruja. A la mujer le dio por calentarle, todas las mañanas, una taza de agua con azúcar y baba de araña. Extrañamente el señor volvió a caminar y a sentarse derecho. Los doctores siguen sin darle muchas esperanzas, dicen que es cuestión de tiempo para que las constelaciones terminen por hacer explosión en su estómago y termine de una vez por todas con la panza abierta y cubierto de polvo.

Su esposa es la que peor la lleva, pues cada que al señor se le ocurre abrir la boca para eructar, salen hebras y hebras de algodón de azúcar. La casa está llena de telarañas y han alcanzado para hacer bolas de algodón para todos los niños del barrio. La señora le ha pedido a la vecina que deje de llevarle el té al esposo, que prefiere verlo enfermo que seguir juntando las bolas de algodón y morir empalagada.

La vecina dice que eso sería como matarlo, dejar al hombre a su suerte, víctima de una muerte horrible y dolorosa. Con el té, al menos, la muerte le llegará lenta… pero dulce.

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
Ilustrador. Lo que nos da la propiedad de reyes o reinas es la vida misma y el hecho de que la vivamos personal e individualmente aun cuando sabemos que somos parte de un todo, aun cuando en los momentos más oscuros nos consuele saber que nuestras oscuras preguntas estén en la mente / espíritu / alma / esencia de otros. Esa virtud innata de vivir es fuertemente enriquecida con la virtud de dar vida, de ser nosotros mismos canales para la creación de nuevos mundos que se impongan a la cuestionante y finita realidad. Es allí donde creo confluir con este proyecto de creación colectiva, donde los ríos se cruzan aumentando su caudal para simplemente seguir irrigando (sí, también, por qué no, hasta llegar al mar).
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