El calibrador de pantallas fue invitado a la fiesta de navidad por casualidad. Era una empresa multinacional, atiborrada de cientos de empleados que no se conocían y que deambulaban ligeramente embriagados esperando comida, premios, la total beodez y, tal vez, algo de sexo.
Él era un bebedor obseso pero medido. No era muy bello, pero hablaba sereno, sabía bailar y, sobretodo, sabía escoger bien a sus presas. Tenía predilección por las chicas color R:202 G:124 B:40 con ojos R:124 G:159 B:0, pero sabía satisfacerse con lo que le cayera.
El calibrador de pantallas divisó a Luz Paola, esperó a que terminara de bailar con un tipo —probablemente de Contabilidad, dada su embriaguez— y le cayó astuto como un viejo felino de la estepa africana, en un único ataque infalible:
—Sabe, Luz, su nombre tiene mucho que ver con mi trabajo —le dijo señalando el tag del nombre que ella ostentaba sobre un seno de pezones probablemente color R:255 G:144 B:127, y prosiguió—: En mi oficio, en mi universo de pantallas y combinaciones exactas sólo existen tres colores: rojo, verde y azul. Cuando usted los mezcla, a diferencia de las pinturas, usted obtiene blanco, es decir, usted obtiene luz, Luz.
Luego bailaba con su presa un par de mambos y le decía al oído que brillaba como su nombre y que su belleza era como la combinación perfecta de todos los colores.
Luz Paola, secretaria ejecutiva de una multinacional, conoció lo que era tener sexo con un calibrador de pantallas.
Sobra decir que cuando iba a una fiesta en la que ninguna mujer se llamaba Luz se devolvía solo, borracho y triste a su pequeño apartamentito de calibrador de pantallas.