Todos los días me espero.
Inclino mis párpados, lanzo mi anzuelo, abandono mis pies sobre los plateados agujeros negros que nadan mis horas. Estoy hecha de un metal que no traspasa paladares. Mis manos son una esperanza opaca, tenue, diminuta. Permanece mi calidad habitual de enana roja indetectable.
Observo el fondo y no encuentro la otra orilla de mi cuerpo.