No lloraba, no gritaba, no pedía nada. Su garganta estaba seca de pensar soluciones inexistentes, sus manos dormidas de apretar el abrazo.
Después de quitarse el cuerpo que le quedaba, caminó al bar de la esquina.
No había nadie a esa hora de la madrugada. Nadie piensa a las 4 de la mañana. Empezó por tomar con y sin hielo las bebidas que se le atravesaban. Justo un momento antes de perder por completo el estilo, decidió pedir un vaso con agua. Mientras el vaso de agua era envuelto por sus manos, y el agua comenzaba a recorrer su garganta, todo en él comenzó a sanar. Decidió en ese mismo momento levantarse y buscar a Julia.
La señora Julia era una mujer delgada y alta que vivía atrás de su casa. Golpeó la puerta una sola vez. Ella abrió y lo invitó a pasar.
—Tengo lo que necesitas —le dijo.
Nada sorprendido, se sentó y extendió sus manos.
Julia puso en ellas unos ojos color marrón oscuro.
—Son del color del café —le dijo—. Eso quiere decir que a veces te costará dormir, y que otras veces necesitarás permanecer cerca de los árboles para no perder la cordura.
—No te preocupes Julia, sólo quiero no volver a verla.