Así será mañana, después de recibir tu costilla. Será justo cuando termine de preparar el pan y la mesa esté lista. Ahí, entre los siglos de tradición, me romperás la quijada de un golpe por ser la más terrible de todas: por esperar a que todos se duerman para limpiar las ventanas y asaltar la casa con olor a vinagre. Ahí esconderás el pasado de tu madre y maldecirás el nombre de tu abuelo.
Luego, mientras los hijos entran y salen maldiciéndonos, dirás que todo es una mierda y patearás mi rostro para después decir que «esta es tu casa» y soy una puta. Tomarás mis puños con fuerza en la calle y con una sonrisa saludarás al cura y a la vecina.
Mañana, a primera hora, gritarás que quite esa cara de sufrida y me ponga a trabajar, que soy una inútil cada vez más gorda y aburrida. Estarás enfermo y tendré que estar ahí para recordarte cuando me llevaste a vivir lejos y eras tan guapo.
Será cuando despierte el sol y con él tu más perfecta obra.
Así lo dicta el testamento y la primera plana del periódico. Mañana seré yo, esa a quien llamarán a juicio antes que a todos por solapar los vicios de la humanidad, a menos que esta noche tome entre mis puños tu cuello y piense en lo infeliz que voy a ser, y te escupa por cada «linda» o «nena» muerta, y tome con tu aliento cada vida al servicio de tu piel, miedos o historia. Quedan unas horas para prender con tu cuerpo la hoguera del mundo y decir entre dientes que ya está por llegar la mañana.