Recordó todas las cosas que imaginó ser cuando creía que para ser un hombre adulto le faltaba mucho. Más lejano que la distancia del suelo a la resbaladilla del jardín, no más lejano que alcanzar la estatura de papá cuando lo ayudaba a subir las escaleras del juego.
Papá, que era altísimo.
Y sus zapatos, tan grandes.
Cuando llegaba de trabajar los dejaba junto a la cama y él corría a probárselos.
Recordó la decepción que le causaba la distancia entre sus dedos y la punta de éstos. Rellenar el hueco faltante con periódico no era suficiente y aunque creciera, papá continuaría siendo muy alto, inalcanzable, y todas las cosas que quería ser no serían suficientes aunque las apilara unas sobre otras.
Recordó todo esto cuando papá abrió la caja y le agradeció, con mucho afecto, los zapatos que le hacían falta.
La melancolía lo llevó a sonreírle. La silla de ruedas lo había reducido a la mitad, sus pies encogieron con los años y el desuso.
Él solo se convirtió en un hombre adulto, pero la distancia siguió siendo la misma.
Como cuando papá lo subía a la resbaladilla.
Seguía siendo altísimo.