María, última en la fila, no ve toda su vida pasar sino que —aunque entre tronido y tronido no pasan más que un par de segundos— se imagina y lee un millón de entradas en Facebook y Twitter.
Algunos dicen que fue culpa de ellas por andar en minifalda. Otros culpan a sus padres (que tienen dos trabajos cada uno) por no educarla mejor. Les dicen pendejas o estúpidas o revoltosas aunque sean las mejores de su clase o las primeras de su familia con miras a una universidad. Por ahí las tachan de ser las primeras responsables, de ser las marihuaneras que «patrocinan y empoderan» a las caras borrosas y vergas duras que están detrás de ellas. Lee que algunos organizaron marchas y lee el disgusto comercial ante los marchantes. Lee que firmaron cartas, pero los representantes están en la playa. Ve las fotos de sus padres cavando y buscando fosas. Ve las fotos de sus padres encontrando huesos y cadáveres putrefactos que no son los suyos. Lee un montón de apodos de los supuestos responsables y nadie que los conozca. Ve algunos videos de testimonios incongruentes, lee que la Selección jugará contra Holanda, lee que no fue penal, lee que sus compañeros son más violentos que la misma violencia. Lee que hay diez maneras que no conocías para conservar los alimentos frescos. Lee que al chihuahua de Paris Hilton le cortaron un dedo porque se le infectó una uña.
El tronido finalmente suena detrás de su oreja y de bruces se hunde en la mugre y el fango. No ve ninguna luz, pero alcanza a disfrutar un mínimo de placer al sentirse parte literal de una metáfora: en la tierra roja que le abraza la lengua reconoce el sabor de su patria.