“…cada uno querría contar a los demás
lo que le ha ocurrido, lo que ha podido
ver en la oscuridad, en el silencio…”
Ese ojo me clava el temor desde el fondo de la carta.
… Infinito en la palma de una mano…
Yo no sé si es él, quien escudriña, quien sopesa en esa lejana visión mi infortunio. ¿O es que acaso soy yo quien quiere leer en ese ojo mi destino? Dudo si esas cartas son mi reflejo, eterno y terrible, y si ese ojo todo lo ha visto ya; o quizá, podré ver a través de ellas para dejar atrás la encrucijada y empezar a descender por el sendero: basta leerlas sabiendo que pueden querer decirlo todo.
… y en las manos mi destino…
Juegan manos y dedos, juegan la suerte, o la suerte con ellos. Las manos, impacientes, amenazan con hacer pedazos las cartas y no saber más del azahar, víctimas de la ilusión creyendo que ellas lo juegan todo. Pero la luz se escurre, se van quedando solas y desiertas, pues la vela crepita y el fuego se retira; las cartas son tragadas por la noche y las manos ansiosas se cierran desesperanzadas: los ojos inundados de oscuridad ya no pueden leer.
Negrura profunda
…Azahar florece y luce…
mas en el sueño, un destello. La flor luce como el azar y un instante relumbra.
¿Qué hay detrás del decorado? ¿Para qué tantos remiendos y recosidos? ¿Sólo por temor a que nuestra mirada se encuentre con la de Nada? ¿A salvo estamos en el orden, de todo en compartimentos de cajón?