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Un hombre alto

Recordó todas las cosas que imaginó ser cuando creía que para ser un hombre adulto le faltaba mucho. Más lejano que la distancia del suelo a la resbaladilla del jardín, no más lejano que alcanzar la estatura de papá cuando lo ayudaba a subir las escaleras del juego.

Papá, que era altísimo.
Y sus zapatos, tan grandes.

Cuando llegaba de trabajar los dejaba junto a la cama y él corría a probárselos.
Recordó la decepción que le causaba la distancia entre sus dedos y la punta de éstos. Rellenar el hueco faltante con periódico no era suficiente y aunque creciera, papá continuaría siendo muy alto, inalcanzable, y todas las cosas que quería ser no serían suficientes aunque las apilara unas sobre otras.

Recordó todo esto cuando papá abrió la caja y le agradeció, con mucho afecto, los zapatos que le hacían falta.
La melancolía lo llevó a sonreírle. La silla de ruedas lo había reducido a la mitad, sus pies encogieron con los años y el desuso.
Él solo se convirtió en un hombre adulto, pero la distancia siguió siendo la misma.
Como cuando papá lo subía a la resbaladilla.
Seguía siendo altísimo.

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Escritora. Cafeinómana, observadora, insomne. De ser trapecista caminaría todo el tiempo por las orillas.
Ilustrador y diseñador gráfico con tendencias autodidactas, autodestructivas y autómatas.
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Cuando la lluvia se te enrede en las botas como alas y meteoros no desistas. Tampoco temas de la luna aplastante que se yergue a tus espaldas, ni a las temerosas brisas que se enrojecen como lenguas extranjeras. Ni al temor de las piernas cuando el miedo agita sus banderas terribles, ni al ocaso y sus colmillos despuntando en tu cara los instintos.
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