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1, 2, 3, por mí y por mi diente que está en el piso

Estuvo mal que no cerrara la boca, porque cuando me caí no hubo modo de contener la sangre que escurría a borbotones, como si en vez de un diente se me hubieran roto los pulmones. Me quedé inconsciente por horas, ¡bah!, quizá fueron minutos pero yo sentí que me quedé ida por una eternidad. Lo peor fue que cuando me levanté, ya con la luz encendida, me di cuenta de que no tenía ropa y de que tú me mirabas con esa cara de asustado que sólo haces cuando se te ha olvidado cerrarle al gas.

Claro, estábamos acostados, juntos, mirándonos, tocándonos, cuando se te ocurrió hacer una de tus sensuales acrobacias y mandarme directo contra el armario, para caerme después de cabeza contra el piso.

Por eso no traía ropa. Y aunque muchas veces me has visto así —quizá la mayor parte de la mi vida—, no sé por qué sentí tanta pena, quizá por lo incómodo de la situación o por el golpe, porque me imagino la escena de mis piernas desnudas volando aeróbicamente por los cielos pensando «oh, qué sexy me veo» o porque tú me veías con esos ojos accidentados y arrepentidos.

No parabas de pedir perdón y de jurar que no volverías hacerlo, pero pienso ¿qué sería de nuestros románticos encuentros si nos limitáramos únicamente a la cama?

Desde aquel día cuento un diente roto, una alfombra manchada, dos dedos fracturados, una vértebra torcida y varios moretones en las pompas y en la espalda, pero ¿qué no fuiste tú el que un día dijo “sólo cuando se ha tenido conciencia del dolor se puede entonces conocer el amor”? Seguro que tu idea era más rosa que esta, pero probablemente igual de dramática.

Además, no hay dolor que no calme una buena dosis de analgésicos.

¿Qué dices, intentamos esta vez desde el sofá?

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Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
Ilustradora. Silvana Ávila, aka Miss Tutsi Pop, no es una cosa ni una categoría, al parecer es un verbo, un proceso en evolución, una función integral del universo.
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