Hace tiempo debí decirlo, pero las palabras no son mi fuerte y mucho menos cuando se trata de decirte que te amo sin preámbulos ni concesiones, sin más adornos que estos sentimientos que temo que me destruyan, que te destruyan, que volatilicen algo que ni siquiera ha tenido principio.
Temo el rechazo. Temo que te alejes y que te pierdas entre sombras para no volver. Temo que mi vergüenza sea tan grande que no pueda yo mirarte de nuevo a los ojos y sonreírte con la sonrisa estúpida que pongo cada vez que no sé qué hacer.
Fui coleccionado palabras, sentimientos, sueños y temores que terminaron por explotar, que se volvieron metástasis de melancolía, de por qués, de hubieras, de anhelos, y acabé queriendo echar todo por la borda, escapar, correr, volar.
La noche que me embarqué para huir de mí, decidí no decirte nada. Las palabras ardieron y amenazaron mi frágil estabilidad. Fue inútil vomitarlas, decirlas, escribirlas, nombrarlas, deshacerme de ellas. Mi libertad quedó sesgada por el amor que te tengo, y lo peor es que tú ni lo sabes.