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Caer la nieve

Nunca veré la nieve caer. Nevar. Podría hacerlo si fuera a algún lugar donde la nieve cae. Pero incluso así, no vería nevar. Verlo hubiera sido… Verlo hubiera sido verlo. Estar ahí, bajo la nieve, forrada contra el frío, con los ojos abiertos y la boca también. Ese nevar que vendría acompañado de un beso. De haberlo visto, lo hubiera visto, tomada de tu mano.

Tomada de tu mano, después de caminar y antes también.

Tal vez hubiéramos peleado mucho, tal vez poco. Nos preocuparíamos por pagar la renta, por los trastes sucios que no me gusta lavar. Por dónde pasaríamos la siguiente Navidad si el año anterior nos tocó ir con tus papás. Tal vez hubiéramos despertado con ganas de vernos por la mañana, hasta que poco a poco las ganas se desvanecen y tu cara y mi cara no son nada más que caras tumbadas de cansancio sobre la almohada. Tal vez no, y tu cara y mi cara seguirían siendo el primer sol del día. Tal vez las mañanas habrían estado contadas y serían pocas y algunas de ellas desperdiciadas. Tal vez no. Tal vez nos hubiéramos amado incomparablemente cada día. Tal vez hubiera visto nevar. Tal vez tendríamos la alternativa de salir cuando nevara, si viviéramos en algún lugar donde la nieve cae.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
Enamorado de las novelas gráficas, interfaces de videojuegos, malteadas de Coyoacán, floating points, caminatas nocturnas bajo la lluvia, errores de computadora y libros infantiles. Del infierno a tu corazón.
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