Sólo en la medida en que es
lo que puede ser, el parecer resulta,
apenas, soportable.
No sé por qué cuando inundas mis ojos, mientras escudriñas tu rostro en el espejo y el reflejo de tu mirada eriza mi piel, pienso en la imperfección. Esculpida en el tiempo, detenida en el espectro: un parpadeo; incertidumbre en tus labios; titubeo en los dedos que no saben dónde reposar, una colmena desorientada y amarga; esa mejilla vacilante que espera, tus ojos invitando a mirarlos mientras se cierran. Allí estás, aparentas esperar sin espera, suficiente… Pero no dejas el bamboleo, ese vaivén, ese juego. Qué harías tú, sin mis ojos: mientras, siempre mientras… mientas tu falta y te condenas a la sombra del reflejo.
Calculas en el espejo, incapaz de cerrar los ojos y sentir sentir: te lees en el reflejo.
Y yo, mirando, deseando fracturar el ímpetu y la persistencia de tu cálculo, con las ansias de trizar el cristal e interponerme entre tú y la seducción de tu fantasmagoría.
