Me molestan las voces, todas las voces que se enciman sobre el revoloteo de las alas de los moscas que vuelan en mi espalda.
No recuerdo bien cuándo fue que empecé a escuchar un zumbido y que mi oído se volvió selectivo: sólo oigo lo que quiero cuando quiero pero estas voces, estas tontas voces, no se callan.
Lo único que se me ha ocurrido hasta ahora es reír como una loca, reír hasta que todo el aire sale de mis pulmones y la cabeza me duele tanto que dejo de escuchar.
Pero entonces tengo que hacerlo todo el tiempo para no enterarme. Por momentos río y hay silencio, otros, de nuevo oigo a las moscas hablar.
Se me ha hecho un hábito la mentira, tengo tantas risas para callar cada una de las voces que ya he perdido la cuenta, y lo peor es que me duele, porque ya no quiero reír si no me causa gracia, no quiero mostrar los dientes si lo que escucho no me interesa. Soy un autómata de sonrisas falsas.
Y es que a veces no basta con estar loco para alejarte del mundo. A veces hay que aprender a reír y, con el tiempo, quizá, volverse un experto en el ensayo.