Cerca de Tres Marías hay un hotelito que no tiene nada que envidiarle a los del cine, a esos lugares de apariencia sobrenaturales en medio de una carretera ya casi sin transitar, con letreros neon parpadeantes e incompletos donde pasan cosas que nadie quiere creer que pasan.
En Lo que el viento se llevó (así se llama el hotel) hay 8 habitaciones y un solo empleado. Marino trabaja ahí desde hace 24 años, justo después de enviudar. Dos días después de que lo contrataran su jefe no volvió pero su paga diaria sigue apareciendo cada día en el escritorio de la oficina.
En el hotel no hay mucamas ni cocineros ni meseros, sólo una máquina de refrescos y dulces en la recepción. Sin excepción cada huésped que llega entra a su habitación y sale al otro día para seguir su camino. Algunos salen con la ropa ensangrentada hecha jirones, otros con 10 años más encima, otros muy arreglados con nuevos trajes o joyas. En realidad no hay manera de saber cómo saldrán, pero las habitaciones quedan siempre tan limpias y ordenadas como estaban el día anterior.
Por supuesto que Marino nunca ha cerrado la puerta al entrar a una habitación y hace más de 18 años que ni siquiera pone pie en una.
La paga no está mal y el poco movimiento le permite leer, jugar en la tableta que le regaló su hijo o tallar de vez en cuando algún mueble de madera que su sobrino vende en el mercado.