No me digas que es todo lo que te queda. Levántate, ponte los zapatos, arriba, es muy temprano. Este es el momento que más te gusta: cuando aún está oscuro; los minutos breves en que la casa comienza a vestirse de arena, de bombilla, de un suspiro largo como de escalera; cuando la calle no está lista para que la pisen pues todavía le duele cada diente en su banqueta, cada amenaza al oído, el chiflido de los que llegan en la madrugada y quieren que les abran la puerta.
Ahora que te desgarras, que te ases de todo lo que no tiene sostén ni sentido, has preferido no mirar, no reír, ser un rompecabezas: de 7 a 9 el periódico, de 11 a 2 el radio, de 6 a 8 la televisión. Lo mismo entre semana y fin de mes que es cuando callas, pero un desmadre el día de carnaval y trompetas.
Ya es de noche, ya eres otro. Estos cinco minutos son para pensar que mañana hay otra oportunidad y mañana pensarás lo mismo, y pasado lo mismo, y nunca dejarás de excusarte por no saber nada de tu vida. Es así, no te entristezcas. No es tu culpa, ni la del ruido que entorpece, ni del silencio que aterroriza. No es tampoco culpa de las culpas, ni del pavor por aceptarse
La culpa es de todos, pues no sabemos sobre color ni personalidad y no aceptamos al padre, ni al hijo, sino al espíritu que te puede dar en tu madre.