Julia empezaba a pensar en el amor y preocupada le preguntó a su madre cómo podría darse cuenta de si estaba enamoraba. «Muy fácil», le contestó, «cuando conozcas a esa persona especial y sientas que no puedes respirar si no está cerca, lo sabrás».
Julia comenzó a tener novios y a deshacerse de ellos para comprobar la teoría de su madre, pero no pasaba de extrañarlos unos días. Al llegar a quinto de prepa conoció a Aura, quien se convertiría en su mejor amiga. Se volvieron inseparables y pronto los chicos dejaron de importarle.
La compañía de Aura sirvió para que Julia dejara de preocuparse por estar enamorada, pensaba que tal vez el amor y la amistad podían ser una misma cosa y que ya nada le hacía falta.
Un día las dos amigas quedaron para encontrarse en el café que se ubicaba a la mitad del camino de sus casas. Julia fue la primera en llegar y ordenó refresco mientras esperaba. Pasaron 30 minutos, quizá más, y Aura ni sus luces. Llamó a su casa para apresurarla, pero nadie contestó.
Dieron las 10 de la noche, una hora después de la cita, y nada. Julia pagó el refresco y comenzó a caminar por la calle que siempre toman para llegar a casa de Aura. Al llegar a la esquina vio a un grupo de gente rodeando una ambulancia. Escondida entre la muchedumbre solo se alcanzaba a ver una sábana blanca que cubría un cuerpo. Julia se abrió paso entre la gente. No pudo ver el cuerpo, pero alcanzó a ver un pie que se salía de la sábana y al lado un zapato…
Los paramédicos se apresuraron para subir el cuerpo, la gente se dispersó y, como en cámara lenta, apretando el zapato entre sus manos, Julia empezó a ver su mundo derrumbarse. Sintió como le faltaba el aire y mientras la ambulancia se alejaba, menos fuerzas y ganas tenía de respirar.
Sola, parada en medio de la calle, recordó las palabras de su madre.