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Huevos

Mientras transgredo con mi daga de carne el penúltimo rincón que quedaba inmaculado en tu cuerpo y con mis manos de orangután espicho tus tetas condimentadas de golpes y mordiscos, observo fijamente por la ventanita, la pequeña ventanita con cortina de flores por donde se cuela a nuestro antro de sudor y cuero un destello de sol mañanero amarillo y perfecto y miro tu cuerpo penetrado, ultrajado, volteado al revés, atropellado, convertido en onomatopeya inmunda y hermosa y marcado con mis propios dientes por doquier; la sangre que no ha parado de manar de mi nariz, las sogas, el tierno látigo y el consolador que jamás ha dejado de estar en tu culo, el olor imborrable a sudor, flujos y ano, a gritos escondidos y miradas conectadas, comprometidas, absortas, y con ese rayo de luz entiendo que hemos ido muy lejos.

A través de la ventanita se nos cuela la mañana y detengo mi transgresión y tu vagina ya no da para más, estamos agotados, transubstanciados, orinados, con los genitales exhaustos, y el olor a desayuno se comienza a sentir desde la cocina. «Hay sangre y semen por todas partes, si mamá entrara podría resbalarse», dices regresando de uno de tus prolongados orgasmos y yo te beso, te lamo por última vez el cuero inmundo que a medias cubre tu piel y te desamarro con rapidez, no vaya a ser que perdamos de nuevo el autobús a la escuela. Y en ese momento escuchamos juntos y abrazados, más enamorados que nunca, la tenebrosa voz que gime desde la cocina: «niños, a desayunar en 10 minutos».

 

Escritor/Ilustrador.
Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez.

Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena.

Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda.

Amén.

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