Ayer, entre las cobijas, según había planeado y maquinado tantas veces, me enfrenté y me desbordé a mí mismo. Como ayuda didáctica conté con una extensa galería llena de mujeres sin rostros, rostros sin cuerpos, cabellos perfumados y bocas que clamaban gustosas. Según avanzaba, sentía que toda esa cantidad de imágenes, olores y sonidos suculentos me atacaban generándome una dolorosa y rica turbación. ¡Era algo tan violento y placentero!, ¡tan lejano e incómodamente familiar!
Cuando mi agitación llegó al límite y todos los sonidos externos estorbaron, me desplomé sin aire sobre un suave y cómodo vacío lleno de preguntas, sin sospechar lo lejos que estaba de casa.