Nunca supieron que eso a lo que llamaban amor no lo era. ¿Cómo podría serlo si estaban tan enojados y confundidos? Eran jóvenes y con demasiadas heridas sangrando todavía: rotos, quebrados ya para siempre.
Ella y él, una historia conocida de dos extraños que se hacen el amor y luego se destruyen.
Y es que desde que se vieron se hicieron daño, se penetraron tan ávidos y hambrientos que se volvieron jaulas y cadenas, de esas disfrazadas de éxtasis en donde el dolor se vuelve placer todo el tiempo para, inmediatamente después, pasar de luz al instante más oscuro.
Le llamaban amor, pasión, locura y le pusieron nombre a cada golpe y a cada insulto. Se decían perdidos el uno en el otro, pero no era así; vivían lacerados por las mismas cadenas, encerrados en la misma jaula sin hablar, sin ver, sin saberse. Pero se amaban, y tanto era su amor que se daban muerte el uno al otro. Se veían con fuego en los ojos, se reprochaban la propia infelicidad, la impotencia, el dolor, el miedo, la zozobra, la angustia de cada noche. No les importaba ya de dónde venían ni quién se las había hecho, habían encontrado quién iba a pagárselas.