¿Por qué estamos aquí? ¿Cómo llegamos? ¿De dónde venimos que sólo llegamos arrastrándonos?
Exceso de alcohol, escasez de sueño. El descanso era imposible, prohibido.
Bombardear el problema para recuperar la salud, hacer del cuerpo un campo de batalla en una absurda cruzada de compensación por los otros campos. Por los devastados. Llevamos el exterior al interior cuando el exterior, en actos, no nos importa.
Resguardar el orden, que la bomba funcione bien. Porque hay una sola bomba que no queremos que estalle. No, esa no. Las demás que lo hagan y al carajo lo que estallen. Racimos de abundancia funesta.
Todo es química, todo son reacciones. Lo demás, lo original, la intención primera que pudiera guardar algún indicio de nobleza nos dejó muy atrás hace mucho tiempo. Hace mucho tiempo.
Yo los veo frente a mí, amontonados en un callejón estrecho, llorando cadáveres. Sus lágrimas son muertos que descienden de sus ojos para ascender evaporadas al cielo. Los veo amontonados y sólo puedo pensar que se amotinan. Quizá no hoy, pero tal vez mañana se hagan la ocasión de un motín.
Y los tendré que esperar con el pulso fingiéndose sereno. El paso firme en la calle terregosa, las manos apretando el arma con un dedo flotando sobre el gatillo.
Despierto cubierto de un sudor frío y agudo. El pulso es una temblorina parkinsoniana, cada latido lleva el ritmo de un redoble de tambor. Cada noche es lo mismo. Despierto con la mano en el pecho tocando la cicatriz que me atraviesa la mitad del torso. Es un desierto asistido mecánicamente ¿para qué? El descanso está prohibido. Cada noche es lo mismo.