Ahí está el círculo de filosofías forjadas y oro opaco, el universo negro de brillos palpitantes. Ahí está, entregado como ofrenda por el esclavo simple de brazos cortos inmune a la vista de aquella diosa de cien escuelas. Ahí está el hueco sin dimensiones lleno de dicha, esperanza, luz y todos sus correspondientes antónimos. Ahí está, ansioso e irracional, bailando la eterna canción de los objetos inanimados que añoran el tacto. Ahí está, inalterable ante las conjugaciones y los tiempos, encima de la mesa, sobre una servilleta desechable.
Hijo mío, madre mía
Cuando vi que mamá había descubierto lo que había hecho agaché la mirada. Ver su cara de desilusión y la negación que hizo…
No somos hombre ni animales
No somos hombres ni animales, no se podría decir que nos defendemos. El valor del hombre no es demasiado firme cuando no sabe…
Ciudad de Izamal
Orgulloso de sí mismo el ciego da una palmada violenta a la jaula de los pollos, suspira recordando los tiempos de su juventud.…