Me desperté luego de un sueño de persecución. Mis pies se entumían y el sudor frío que recorría mi rostro me indicó que algo no estaba bien. Miré el reloj, aún no amanecía. Fue imposible seguir dormido en mi cama y decidí salir al bosque, caminar. Sentir la luz de la luna en mis ojos, respirar.
Poco a poco noté cómo mi corazón se aceleraba. Mi apariencia cambiaba y el tiempo… el tiempo perdió su ritmo y mi desesperación combatía conmigo. Y es que uno siempre es su monstruo, su paranoia y su desesperación, su peor enemigo.
Fue así que algo interno en mí estalló. Logré mirar la luna por última vez antes de desvanecerme. Yacía entre las hojas de aquel bosque que poco a poco parecía absorber mis energías. Cerré los ojos y pude visualizar a ese ser que me acompañó desde pequeño. Nunca antes entendí su fisionomía pero ahora era claro.
Al verme rodeado en ese espacio privado y al flotar con tanta paz, entendí que mi alma interna, ese animal místico que me acompañaba venía por mí para invitarme a seguir el camino a su lado, olvidar lo terrenal para enfocar mis energías en algo más allá.
Uno en esta vida nunca está solo, siempre está acompañado de sus propios espíritus.