Dicen que hay cierta hora —un momento entre la noche y la madrugada— en la que ella sale a las calles a peinar los edificios con su cabello.
Cada una de las hebras que cubren su cabeza se extiende alrededor de las ventanas y, aunque es casi invisible, algo en la atmósfera la delata. Poco perceptible pero efectivo, ella logra un vínculo con lo material que te hace regresar a la ciudad.
El caos encuentra calma cuando ella lo acaricia, lo seduce. Si tu vuelves no es por un pendiente, es porque ya estás prensado a su esencia, esa que aviva cuando disfrutas los momentos que vives en la urbe.