Sentado frente a un gran escritorio de madera, busca una pluma para hacer algunas correcciones. Saca los viejos dibujos, los diseños pasados. ¿Por dónde comenzar? Todo parece funcionar de la peor manera posible, pero funciona. Si hiciera tan sólo un retoque aquí y otro allá, quizá se equilibraría la carga de color o las figuras. Pero no se quiere engañar, no de nuevo: los errores llegaron a las formas. La materia terminó hecha horror, lo ha visto muchas veces y muchas ha callado. Pero ahora…
Es el báculo que usan los sabios para apoyar la vejez en algún lado, convertido en tolete de policía. La risa hecha burla y calumnia. Las cascadas atrapadas en mangueras para fulminar con agua a los inconformes del dolor. El hambre y la sed vueltas armas de tortura. La perfecta y gratuita muestra de la habilidad humana, el juego, hinchada de llagas. Las piernas de tantos, entumecidas de tener que huir. La imaginación embotada, con el cerebro estallado y las ideas huecas. El centro de todo esto es un corazón roto que se está pudriendo.
El pavor le invade, sentado frente a los planos. Y no es que se encuentre bajo escrutinio alguno. No hay ojos que lo miren; la atención está puesta en esconder el diario pulular de una vida que crece en nefastez. La imagen lo inunda. Rompe en llanto y las lágrimas corren la tinta. Manchas cubren las líneas, las gentes, los dolores, la pena. Si tan sólo pudiera empezar de nuevo… pero la pluma se quedó sin tinta.