Esa noche no durmió pensando en la cifra. Los números se acumulaban uno tras otro en fila india, formaditos como esperando una ración de sopa, pero a sabiendas de que no recibirían nada. Y todos esos números significando lo mismo: el mundo. Antes de ese día, a menudo pensaba en el nombre de dios, en una contraseña universal. Ahora estaba seguro de que ese nombre era la cifra. La cifra que hace que todo se mueva.
Pasó varias horas contemplándola, pero no con los ojos sobre un papel o una pantalla, sino con la facultad de la imaginación. No tenía ni siquiera que cerrar los ojos; a cualquier lugar donde dirigía la atención veía rastros de la cifra. La cifra revelándole el mundo, la cifra ocupando cada rincón, la cifra codificando la realidad.
No precisó mucho tiempo antes de darse cuenta. Es la cifra lo que sostiene al mundo y todo transcurre sobre ella. Ella es el flujo de capital, dinero fantasma sobre el que se apuesta en las mesas de Wall Street. Mesas de juegos de azar donde las fichas de casino no tienen respaldo alguno; no hay billete que alcance a sostenerla. Toda ella es un fantasma que recorre las venas del mundo, venas de fibra óptica y velocidad. Eso es lo que hay, un mundo que se yergue sobre velocidad, sobre dinero que no es oro, que no es papel ni moneda de cambio. Mundo sobre cifra. Mundo sobre fantasma. Mundo sobre vacío. Vacío que lo es todo.
