Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo, recuerdan cada una de las extrañas historias de su repertorio, aun cuando nunca las creyeron: la ocasión en que descubrió aquel microorganismo para extraviarlo entre sus papeles sin que nadie más lo viera, o aquel día en que engañó a un obstinado bibliófilo para que buscara un libro inexistente por el mundo, la ocasión en que amó a… Era alguien peculiar sin lugar a dudas, esa es la palabra. A una edad muy temprana, me contó, tuvo un sueño en el que, sin saber cómo, apareció sobre un palmo de tierra dentro de una caverna en la que apenas palpitaba una pequeña luz amarilla, similar a una luciérnaga. Él lloraba escandalosamente, en algún lugar de la sombra, cuando la luz comenzó a intensificarse para revelar la presencia de una mujer que se le aproximaba a tientas. Esta llevaba un hilo delgado en las manos con el que jugueteaba, dando la idea de querer cortarlo, pero evidentemente dudaba sobre tal decisión. Sin ojos que miraran desde sus cuencas, la mujer dirigió su rostro al sitio exacto en que reposaba el niño y habló con la voz silenciosa de que están hechos los secretos.
Ahora se le ve cansado, pues carga el peso de una enfermedad sobre su pecho, y esto no le deja levantarse de su cama. Parece esperar la muerte en cualquier momento, pero aún tiene la fuerza necesaria para pedirme ansiosamente que lo arrulle. Yo, por supuesto, le canto en espera de que se calme. No puede deshacerse de aquella imagen. Jura que la mujer le narró este momento, el día de su muerte. Pobre hombre.