Ya no recuerdo por qué suspiro, sólo sé que lo hago todo el tiempo, porque me enamoro, porque odio, porque no como o no duermo.
Suspiro porque suspiro.
Me llevo las manos a la cabeza y un pensamiento viene a mí… suspiro…
Suspiro porque no puedo hablar.
Es como si me tragara uno a uno los enojos, como si por cada uno que resbala por mi garganta se expulsara un grito mudo que no alcanzo a callar.
Suspiro porque se me acabó el espacio, se me fue la gana; suspiro la paciencia que alguien me robó, que no deseo.
Lo curioso es que estoy llena de suspiros: profundos, ahogados, perezosos, irritados, fatigados…
Suspiro y a veces creo que hasta lo hago de más, como si fuera una enfermedad.
Suspiro porque me he cansado de hacer todo lo demás.
Suspiro porque suspiro.
Suspiro por no llorar.