La mano se manifestaba con cierta frecuencia y salía por su estómago, era extraño, estaba comiendo, en la mesa con sus padres, como siempre, y de repente sentía un aire frío en el estómago y veía la mano negra emergiendo lentamente.
Parecía tener textura quebradiza, de lagarto sediento, pero cuando intentaba tocarla, o asirla, sus dedos no agarraban más que el aire. Y la mano señalaba, siempre al frente, y nadie más que ella veía esto, ese medio brazo saliendo de su barriga lozana, ese medio brazo necrosado con el dedo indice erecto apuntando con paciencia hacia adelante, como guiándola hacia el porvenir.
A ella le divertía y se preguntaba si el resto de los humanos tendrían también una mano invisible para el prójimo saliendo de sus barrigas.
En la fiesta de cumpleaños de la prima Inés, aburrida y sola en una esquina, descubrió que la mano había salido, pero señalaba levemente a la izquierda. Decidió seguirla a través de la vieja casa de la abuela hasta que llegó al patio de atrás, lejos de la fiesta y el bullicio de los otros niños. Ahora la mano se había abierto y la invitaba a entrar en el viejo cuartito de herramientas. Elvira no quiso entrar, pero si abrió la puerta.