Escucho el pestillo de la puerta, ya no hay nada más que hacer. Te espero desde hace algún tiempo, decidí cambiar lo feo de los que no podemos elegir por esta oportunidad poco ortodoxa. Ya no me queda arma alguna bajo la cama, la última fue dejada a propósito en cualquier lugar.
Casi tímida, aguantando la respiración, aguardo a que me comas toda. Deseo que no te detengas ni dudes del socavón en el que se ha convertido mi ombligo, tampoco quiero que te perturbe ese ligero hirsutismo entre mi cuello y espalda. Quiero que me engullas, que no repares en rincón alguno. Que no sientas aversión por estas 210 libras de masa jadeante.
No deseo nada más en esta vida que ser devorada. Aun cuando mis muslos te enrosquen, continúa. Nada me haría más feliz que agonizar con cada uno de tus mordiscos.
Un chasquido inusual me revela tu boca, tu lengua, tus entrañas aún sedientas. Aquí estás ya sobre mí, no queda duda. Tampoco queda pieza de mi cuerpo devastado desde antes de nacer, del que deseaba que alguien sin necesidad de dejarme en bancarrota pudiera disfrutar como lo has hecho tú.
Hoy puedo considerarme afortunada, no siempre se corre la suerte de ser atacada por tu zombi de cabecera.