Y qué hago si en medio de la oscuridad comienzas a traer a todos tus fantasmas. A todos los conozco, me has presentado adormilado todas sus credenciales. Tus fantasmas, que no son otra cosa que tu yo repetido. A veces son molestos, a veces sólo me atraviesan el alma.
Suelen ir subiendo por las sábanas, se meten bajo mi almohada y la comban del lado derecho.
He tratado de moverte, de llamarte a susurros, a gritos y hasta en señas. Nada ha funcionado.
Últimamente llamas sólo a uno. «¡Pícame los ojos! Es la única forma de sacarme a este chingado chamaco que quiere jugar a ser hombre», me advertiste.
Entonces te dejo ciego y vuelvo a conciliar el sueño.