Volví a soñar con ese rostro, con aquella mirada que no es la tuya pero que eres tú, con ese hueco abisal en el que me arrojan tus ojos perdidos.
Tú eres otra, no esta que tengo enfrente y me despeña las ganas de quererla, porque a veces no puedo, a veces me jode tu voluntad de desaparecer, así, tan natural, como si morir fuera simple como preparar el café de la mañana.
He aprendido a temerle más a tus caricias que a la ira apasionada con la que me haces el amor; a dudar de tu mano frágil que me mantiene al borde de la asfixia, de tu impávida sonrisa de comisuras tristes.
Quisiera saber que esto terminará ya, que al despertar te bañarás, cepillarás tu cabello hasta deshacer los nudos y saldremos a caminar, mientras la mañana se despereza y la luna se oculta por completo, por esa ladera donde baja el río.
Pero sé que no, sé que seguiré encerrado en este lugar del que ignoro todo, con esta mujer que no es la que conocí, ni eres tú, pero que eres todas las mujeres de mi vida.