Skip to content

Mi casa que no es mi casa

Es difícil olvidarse de lo que duele. Perdonas, sigues adelante con tu vida; pero esa marca, esa memoria, permanece. Miras hacia atrás y te das cuenta de lo que involuntariamente has abandonado: tu casa, tu familia, tu par de zapatos favorito. Hasta caminar por el barrio se convierte, de pronto, en una actividad envidiable.

No volverás a ser igual. Te robaron la tranquilidad y el descanso para transformarlo en un montón de pasto. Apareces indefenso entre un raudal de personas que no te conocen, y no te quieren.

Tienes una nueva casa, una muy bonita, pero esa no es la que quieres.

La rutina que antes te aburría es ahora lo que más extrañas. Levantarte con un café en la mano, llegar a la oficina, ver a tus compañeros que siempre te reciben con una sonrisa, pasar el día entero trabajando para después regresar y ver la cara impaciente de tus perros. Y después dormir.

Hoy no puedes hacer planes, no hay planes. No sabes a dónde irás mañana y si despertarás en un colchón inflable o en tu vieja cama.

Todo lo que querías, toda tu vida se ha ido en un instante y ahora tienes que construir una nueva con lo poco que te queda. Tan sólo porque alguien decidió que era buena idea atentar contra tu calma a cambio de unos cuantos pesos…

Han pasado los meses y poco a poco la tristeza y el dolor se van desvaneciendo. Quieres intentarlo y con buena cara te armas de un librero nuevo, te levantas todas las mañanas a regar el jardín que no es tuyo y trabajas en casa. Poco a poco se va convirtiendo en tu nuevo hogar. Dejas en el pasado los malos recuerdos y las amenazas, por lo menos vives en paz.

Loading
Escritora. Bruja de oficio, cocinera de palabras por accidente. Cambio de color todo el tiempo porque no me gusta el gris, un poco sí el negro, pero nada como un puñado de crayolas para ponerle matiz al papel. A veces escribo porque no sé cómo más decir las cosas, a veces pinto porque no sé como escribir lo que estoy pensando, pero siempre o casi siempre me visto de algún modo especial para despistar al enemigo. Me gusta hablar y aunque no me gusta mucho la gente, siempre encuentro algún modo de pasar bien el tiempo rodeada de toda clase de especies. El trabajo me apasiona, los lápices de madera No. 2 también; conocer lugares me fascina y comer rico me pone muy feliz. Vivo de las palabras, del Internet y de levantarme todas las mañanas para seguir una rutina que espero algún día pueda romper para irme a vivir a la playa, tomar bloody marys con sombrillita y ponerme al sol hasta que me arda la conciencia. Por el momento vivo enamorada y no conozco otro lugar mejor. El latte caliente, una caja de camellos, una coca cola fría por la tarde, si se puede coca cola todo el día, y un beso antes de dormir son mi receta favorita para sonreír cuando incluso el color más brillante se ve gris. La Avinchuela mágica.
Ilustradora. Originaria del D.F., estudié Arte en Cuernavaca, aunque dibujo desde siempre. Ni de aquí ni de allá, soñadora e imaginante.
Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

El loco

Locura

Faustino se fue, lejos, allá donde el flagelo mental de remanentes siderales. Ninguno de sus interlocutores le siguió el paso. Sólo se dejó…

Volver arriba