Ella no apareció. La gente la esperaba y en su lugar se presentó un conocido travesti. A la madre se le notó desencajada cuando los organizadores del carnaval le preguntaron por el paradero de su hija, pero el alcohol de la fiesta previa al evento le borró cualquier información valiosa.
Un testigo aseguró haberla visto caminar en la noche por la calle principal. Declaró observarla estática, durante algunos minutos, frente a los asientos de plástico colocados para el desfile.
Su mejor amiga desveló la posibilidad de una fuga, pues le pidió dinero prestado un día antes para algunos detalles del vestido. «Los amigos de mamá se bebieron todo», se quejó con ella.
La madre continuó sin recordar nada salvo al dueño de la cantina que la galanteó durante toda la fiesta. De su hija, nada. «Esa pequeña puta», se le escuchó decir.
El boletero de los autobuses confirmó la teoría de la amiga cuando recordó a una señorita muy guapa comprar un boleto rumbo a la ciudad capital y con hora de salida a las seis de la mañana. «Llevaba el maquillaje corrido, pero muy guapa», afirmó.
El travesti fue el último en declarar. Confesó que ella lo buscó, inconsolable, pues no quería cumplir con el destino de su familia. Que no se veía como Reina del Carnaval, que ni siquiera encajaba en el pueblo. «Yo no, pero tú sí», le dijo. Y lo convenció con el escenario de las flores, el bullicio, la fiesta y el vestido.
«Sobre todo, el vestido», finalizó.