17 de septiembre de 1865
Me apena mucho dirigirme a usted por medio de esta carta, esta declaración que nace de la necesidad de contarle lo que siento. Yo, que poco sé de cómo hablarle a una mujer de su condición, tan elegante y fina pero principalmente tan hermosa. Sé que en el momento en que reciba estas palabras, sentirá que de nada valen los intentos que desde el mes de mayo he realizado para poder platicar con usted. Pensará también que aquella tarde junto al portón de Morelos nada representó para mí y que mi vida ha sido la misma. Y no la culpo, pues mi cobardía de buscar los medios para acercarme a usted muestran indiferencia y no son dignos de un hombre.
Sin embargo, sepa que no es así y que mi pena ha ido creciendo más y más con el paso de los días. Además, me pregunto todo el tiempo cómo lograr que usted, quien apenas sabe mi nombre, acepte entre sus amigos a un completo extraño, a alguien que no frecuenta la plaza más allá de las 8 de la noche. Aun así, mantengo la esperanza de que acepte mi amistad y responda mi saludo el próximo domingo cuando se concluya la misa de San Gabriel.
Sepa usted que estoy decidido a acercarme para presentarme de manera formal esa tarde y que cambiará todo mi ser si me permite visitarla el próximo martes después del quinto rezo de Don Erasmo.
Ansío con fervor su respuesta y quedo suyo.