«Lo primero que hay que hacer es dejarse de bobadas», me dijo mi madre cuando cumplí 7 años.
«Olvídate de que las hadas existen, olvídate de que el ratón te trae dinero cuando se te caen los dientes, olvídate de Santa Claus, olvídate de todo.»
Y sí, me olvidé de todo menos de las hadas, ellas me persiguen todo el tiempo, siempre que salgo a colgar la ropa están ahí, cuando abro la ventana para fumar un cigarrillo están ahí; lo mismo cuando saco a pasear al perro, él también se da cuenta, les ladra hasta quedar afónico. Sé que ellas son buenas pero mi canino amigo percibe algo más que yo todavía no logro adivinar; él sabe que esas pequeñas criaturas no son de fiar. Por ejemplo, ayer cuando salí a tirar la basura sentí un pellizco en una de mis pantorrillas, de primera instancia pensé que me había picado un algo, una abeja, una hormiga, una araña, qué sé yo. Cuando levanté el pantalón para ver qué era, me di cuenta de que tenía a una hada prendida de mi piel, mordisquéandome con esos agudos dientes que podría jurar eran los de una lagartija.
Lo que hice después fue tomarla con la punta de mis dedos, como si fueran una pinza y la acerqué a mi cara para preguntarle viéndola a los ojos de qué se trataba todo esto. Ella me dijo con una sonrisa que todo esto no era más que un sueño y que me dejara de bobadas.