Recordé cuando me gustaba girar muchas veces mientras miraba al cielo.
Cuando me dejaba caer en el jardín y la tierra y yo nos movíamos y me reía a carcajadas por quedar a merced del vaivén.
Cuando me quedaba viendo por horas a las nubes que pasaban por las esquinas de los edificios y la Tierra y yo nos volvíamos a mover porque el cielo nos caminaba y yo me mareaba.
O como cuando le pedía a un adulto que me tomara de las manos y me diera vueltas muy fuerte. Como también me sucedía cuando yo me daba muchas marometas seguidas y me quería levantar y me caía y me llegaba la emoción del mareo una vez más.
Recordé todo esto, después de trabajar, encerrada en un coche como otros cientos de vehículos.
Y los semáforos que continúan sin funcionar mientras la tierra y los niños persiguen el movimiento.