Nancy trajo su muñeca de tres ojos a la mesa una vez más. En los últimos meses la he notado particularmente obstinada con la idea de que en algún momento todos nuestros antepasados habían sido igual a su muñeca, de que la gente como nosotros somos el resultado de un cambio evolutivo muy reciente si consideramos la edad del Universo.
—La maestra dice que es probable que un día tengamos muchos más ojos, como otras razas, o que no tengamos ninguno, como otros animales, pero que no debe preocuparme cuántos ojos tiene la gente.
—Parece que tu maestra no sabe nada de muchas cosas -le dije una vez más.
—Pues ella dice lo mismo de ti.
Siempre me ha molestado que traten de meterle ideas en la cabeza a mis hijas, sobre todo cuando se trata de asuntos tan complejos.
Si no es Vanessa con sus ideas en contra de la exploración interplanetaria, es Janet con sus miedos sobre agotar la energía del sol en no sé cuántos millones de años. Si no, son los malditos tres ojos de Nancy. ¿Cómo le explico a mi hija que necesitamos esos recursos para sobrevivir? ¿Cómo le hago entender a Janet que es probable que en millones de años ya no exista nuestra especie y que no importará si se extingue el sol? Supongo que se irán dando cuenta de que así funciona el Universo. Ya se darán cuenta. Pero Nancy es cosa aparte. Me gustaría quitarme un par de ojos para que se tranquilizara y me creyera cuando le digo que soy su padre.
—No te van a salir más ojos de repente, no seas tonta.
—¿A mis hijos tampoco?—me pregunta sin dejar de ver su muñeca.
—Deja de preguntar estupideces y come—le digo, para no contestar su pregunta.