Llevo un mes con las neuronas llenas de futuro y caracoles. Me parece que soy un personaje de ciencia ficción sin nombre ni escenario. La obsesión no ayuda. Parece como si las células cerebrales temblaran de tanto esforzarse. Ya no escucho. Solo mantengo esa sensación de no saber qué hacer con mi cuerpo, como si no fuera mío.
Los caracoles me persiguen como si fuera su muro, su tierra, su futuro; pero a veces creo que soy yo quien trepa, se arrastra y babea.
Qué sensación extraña es no hilar el pensamiento y deambular en éste limbo y… ¡Pum!
—¡Anita! ¿Qué haces?
—Nada, mami, sólo pisé un caracol que se metió a la casa.
