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Entre huecos

Se queda arrancada de tajo y en el suelo un hoyo donde tenía que estar ella sembrada. También había un hoyo en la pared, que nació de una pequeña fractura que se hizo un hueco porque le metía y le metía el dedo. Rascó la pintura, desmoronó el yeso y el concreto fue cediendo con el tiempo. Con el tiempo casi todo cede.

Lo bueno del hoyo -lo mejor, de hecho-, es que dejaba entrar un poquito de luz. No era un agujero tan grande, apenas le cabía el dedo índice completo. Pero dejaba pasar una rafaguita de aire. Un poquito de mundo refrescado y el sol. Bastaba eso: un huequito donde hurgar con el dedo y jugar a que el mundito está calmo y que mañana vendrá mejor. Alguna vez tuvo que ser mejor y esa vez podría ser mañana.

Así se sentaba a esperar a que la luz le diera volumen al hoyito. Mirando la pared, con los ojitos llenos de una cosa que nadie entendería. Hay cosas que no se entienden, como el huequito en la pared. Hay cosas que no son cosas.

Sentía que rascaba un ombligo, que jugaba con un lugar donde se anuda la vida recién parida. A veces probaba el polvito que le dejaba la pared en el dedo, porque necesitaba saber de qué está hecho y nada era mejor que saberlo por el gusto. Siempre sabía igual y de todas formas lo probaba de nuevo. Quería saber que nunca se sabe, que el mundito calmo cambia y que mañana también. Vientecito y luz chiquita y un día el polvito sería azúcar, otro día sería simple polvito. Y esa simpleza estaba bien. Esa simpleza era suficiente porque llena los ojitos de no se sabe qué, que algunas veces, solamente no se sabe. Y eso está bien.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.
Suele dibujar situaciones autobiográficas y momentos sensibles e imaginarios que la han llevado a tener un mundo paralelo. Ama el arte en cada una de sus expresiones y a los que viven para crear.
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