Ya no tiene 23 ni esas piernas soberanas y dulces. Ya no son esas zancadas y horcajadas ágiles que arrancaban sorpresa cuando bailaba, cuando se mecía y se estremecía. Pero todavía se estremece, y gira y se desliza y baila, no siempre de pie.
El vientre, porcelana de cantos lucidos, ahora se abulta como serpiente enrollada que estira fauces de seda entre serenas columnas de espuma. Las nalgas breves y hermosas ahora son más hermosas por generosas, redondas y orondas. Los senos que marcan el rumbo hacia mañana.
Ahora pesa más sobre el suelo y deja huellas más profundas. Ahora se sabe una avasallante fuerza de la naturaleza. Ahora los mira a todos, con sus pechos que ya no son del muchachito de 23, con sus barbas teñidas para ensombrecer el tiempo, con sus abdómenes cebados a punta de ningún esfuerzo, con su flacidez olvidadiza y sus brazos de lastre.
Ahora es ella, siempre ha sido ella, quien escoge los silbidos de algún amor.