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El vigilante

Lo veo en cuanto entra al supermercado. Desde que empecé a trabajar aquí descubrí a los de su especie. Me he dedicado a estudiarlos, a seguirlos, a descubrir sus fortalezas y sus debilidades. Son una nueva raza, una súper raza. Nos superan en volumen; no en cantidad, sino en tamaño. Sus planes son confusos aún y no detecto el tipo de maldad que esconden, pero la esconden y la percibo. Me he vuelto un cazador de los de su especie. Los observo y los sigo por los pasillos. Siempre se acercan primero a los aromatizantes, es a lo primero que van porque saben que su olor puede delatarlos. Los conozco y siempre compran el mismo aroma: manzana con canela. Tienen que comprar un olor que los esconda. Pero no me engañan. Los sigo y los veo detenerse frente al pan, frente a los dulces, frente a la carne, frente a los quesos y los jamones. Cada que veo a uno de ellos dudo de su existencia. Pero la confirmo cuando los veo frente a la mantequilla. La mirada se les derrite de ansiedad, de gozo. Una vez ahí tengo que actuar rápido: catalogarlos, llenar datos básicos de identificación (su estatura, su peso, su circunferencia… estos seres de circunferencia). Es su lengua lo que termina por confirmarme que he encontrado a uno más, esa tripa que se les asoma por la boca frente a la mantequilla. No tienen que babear para delatarse.

Sé que un día vendrá el líder de ellos, un tipo con cara de bondadoso, con carita de querubín. El más malvado de todos. Vendrá por toda la mantequilla. Y nos quedaremos sin pan. Pero lo estaré esperando, acechando desde el pasillo del supermercado, mientras atiendo a otros clientes para disimular.

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Escritora. Mar de nervios en esta carne contrahecha. Sentir, sentir, sentir. Y de ahí pensar. Y así decir. Y en todo eso vivir. Vivo colgada de la parte baja de la J en la palabra ojalá.

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