En las tonalidades de la noche se alcanzaban a distinguir los movimientos de su cola.
Trataba de llegar a esos pasos que sus garras detectaban. Eran ellos, los que almacenaban semillas. Y con ello aparecieron los roedores.
Poco a poco se acostumbraba a la calidez humana. Y también a sus prejuicios.
Calamidad y veneración en un solo cuerpo peludo.
Su disfrute no está sólo en comerlo, sino en seducirlo y sin pensarlo, agarrarlo.
Tuvieron que pasar siglos enteros para que un felino se tomara el tiempo de contemplar la belleza de la fauna acuática.
