Mi amada que no quiere amarme.
Mi vida que no puede amarme.
Las seduzco a ambas.
—Jack Kerouac
Kareli, puerta eterna de Calakmul.
Te quiero como a mi hígado,
como quiero a mi hipófisis,
como quiero a mi testículo izquierdo
y tuyo es el primer pensamiento que tengo al despertar.
Pero cuando estoy dormido, atado al vientre de mi madre,
sueño con una luna africana
y máscaras exóticas de culturas primitivas
que me hablan con un lenguaje terso, amable, como tú amor mío.
Le pertenezco a la ola y es necesario que lo diga.
Te hablo mucho, pero no te pienso,
en mis sueños no protagonizas nada,
ni una batalla, ni un secuestro. Todo es mío:
monjes budistas, libros pornográficos garabateados en las cuevas
de mi corazón, estrellas escupidas por todo el ancho Mar Negro.
Como conejos muertos
y luego salgo a trabajar, ¡la basura y misericordia!
La industria de la espuma.
Amo solamente a lo que he escogido en el universo,
y estoy orgulloso que en una parte de eso estás tú.
Luego, al despertar y ver a mi lado toda
esta obra de marionetas, la cursilería,
la geometría de la experiencia,
tu cuerpo, tumba de mi sexo.
Imagino que esto será para siempre.
Y es entonces, pero sólo hasta entonces,
que me vuelve a amanecer.