Presentía el encuentro con una mandíbula que se quedara encajada en mis muslos. Unas garras que me derrumbaran, y que mis dientes se quebraran al rebotar en el piso, terminando con la boca ensangrentada, totalmente destruida. Pero yo ya lo estaba.
El orgullo se disfrazaba con mi ropa. Ya no tenía cara para regresar, mucho menos para pedir un poco de consuelo.
No se oía más que el silbido del aire aligerando las pesadas ramas de los árboles.
No se veía nada más que la pesadez del agua suspendida entre los autos.
Seguía caminando, seguía buscando sin saber qué.
Le presté a la nada un poco de mi voz, pero sólo me devolvió el eco de mis lamentos.
Le presté a mis ilusiones un poco de imaginación, pero sólo me llegaban recuerdos de aquella noche en que me perdí.
No tenía mapa pero tampoco lo necesitaba, había arrancado de tus ojos aquella última mirada a un camino que ya no me sentía a gusto recorrer, mucho menos de regresar.