Hicimos todo mal.
Pusimos unas palabras arriba de las otras, cruzamos nuestras manos y nos miramos fuerte.
Nos miramos tan fuerte que no podremos olvidarlo, aunque los dos lo intentamos.
Dejamos que la intriga naciera desde adentro, y floreció de nuestra boca las ganas de seguir.
Creímos que agarrábamos el tiempo de las patas, y empezamos a tejer nuestra red de silencios.
Incluso habiendo perdido todas las batallas, confiamos en que ésta la ganaríamos.
Hicimos todo mal.
Dejamos tirado en el piso nuestros propios presentes.
Nos aferramos a lo que seríamos si fuésemos, y de algodón de azúcar trazamos esa nube donde desayunábamos a diario.
Pensamos que podríamos sostenerlo, aunque todo fuera más pesado de lo que parecía.
Tus brazos se volvieron de hierro, atajando las cuerdas del remolino.
Mis manos se volvieron de piedra, sosteniendo lo indecible, aguantando lo innombrable.
Hicimos todo de la nada.
Todo pasó tan rápido.
Como un rayo.
Un rayo que cae en medio del patio y te deja preguntándote por el amor.
Después de chocarnos de frente a 120 en una avenida, nos apretamos tanto que empezamos a disolvernos. Como si fuéramos el polvo de lo que podríamos haber sido.
Todo mal hicimos.
Nos olvidamos de decirnos la verdad, la que está debajo de todo eso que dijimos.
Después de las cenizas de lo dicho, y los mensajes que no respondimos, no me queda mucho tiempo. Voy a empezar a disolverme como ese polvo de lo que sí fuimos. Voy a dormir en un pedazo de tu cabeza, donde descansa la esperanza muerta de los amores que no están vivos.